¡Por los pelos!
Una de las cosas más particulares de la abuela era su increíble peluquín rojo. Se lo tocaba constantemente para asegurarse de que estaba bien sujeto. Si tenía alguna duda, solo necesitaba medio bote de laca para que no se moviera de su sitio. Olía fatal. Sólo se lo quitaba para dormir y lo dejaba en un cojín de satén que tenía en su mesita de noche. Cuando se acercaba a besarnos teníamos que contener la respiración. Un día, mi hermano …