Hoy en día tenemos infinita información a nuestro alcance con tan sólo un click. Si la pantalla tarda más de tres segundos en cargarse, nos empezamos a impacientar. “Qué lento” “Cárgate ya” o “qué mierda de Internet” son algunos de esos recurrentes pensamientos que, frente a una situación así, se adhieren a nuestro diálogo interno como el metal a un imán. Recuerdo haber leído una vez una frase que decía así: “Antes de casarte con una persona, primero debes hacer que use un ordenador con un servicio de Internet lento. Así descubrirás quien es en realidad. Seguro que más de uno se lo habría pensado dos veces… 😊
Ayer escuché una interesante charla de Borja Vilaseca, “Be water my friend”, donde habla precisamente de la impaciencia y de cómo la gestiona…. mentira, no lo hacemos. No quiero hablar por todos, pero si por una amplia mayoría.
¿Qué circunstancias son las que nos han llevado a quererlo todo con tanta inminencia? ¿Acaso va vinculada la impaciencia a la incertidumbre sobre el futuro? ¿Puede tener que ver, sobre todo, con la falta de control? ¿Va de la mano del incremento en la frustración?
Creo pensar que sí. En primer lugar, la incertidumbre es algo que suele inquietar. Supone el desconocimiento de algo que está por venir. No podemos dar por sentado que es lo que sucederá y que no, de qué manera lo hará y cuáles serán los plazos. Naturalmente, confronta con la interminable lista de propósitos que nos hacemos. Esos propósitos nos trazan una trayectoria, un camino. Pero cuando se ralentizan, o simplemente, por determinadas circunstancias, son inviables y tenemos que desestimarlos, entramos en pánico. Desmonta todo aquello que dábamos por hecho, uno de los grandes pilares que sostiene nuestra zona de confort: pensar que las cosas van a suceder cómo tenemos previsto que sucedan, incluyendo sus tiempos.
El no poder acelerar y desacelerar ese reloj para alcanzar esa “plenitud” que creemos que alcanzaremos nos sacude por dentro. La angustia empieza a brotar, dando lugar a un muro que impide que las cosas tomen su curso, bloqueándolas. Lo peor es que ese muro lo construimos nosotros mismos.
Aprendiendo a fluir nos liberamos de él, dejando que la corriente se lleve a ese enemigo silencioso llamado expectativas.
Todos partimos del mismo punto, y muchos de los árboles centenarios que conocemos hoy en día en sus inicios no eran otra cosa que semillas.
Se dice que la paciencia es la ciencia de paz. Y aunque yo sea mujer de letras, si tuviera que estudiar alguna ciencia, sería definitivamente esa.
¿También os habéis sentido así? Contadme 😊.
Espero que tengáis una buena semana.
Abrazos.
….las cosas no siempre suceden cuando y como queremos….pero con » la ciencia de la paciencia»…llegan…,el transcurso de la vida, las experiencias, los años…te van haciendo mas sabio en » la ciencia de la paciencia»..
Una reflexion muy acertada Melanie.
sí, sabiduría y años suelen ir de la mano 🙂
Estoy de acuerdo con que la crispación generalizada actual se debe, en gran medida, a esa supuesta necesidad de inmediatez que nos intenta imponer el entorno en que vivimos.
No sé si sabes quién es Pepe Colubi, pero una vez dijo algo que me hizo gracia y me parece que viene a cuento: -«La felicidad consiste en tener cero expectativas y un poquito de pesimismo».
No sé quién es, pero totalmente de acuerdo con lo de cero expectativas, por difícil que parezca.
Lo de poquito de pesimismo puedo entenderlo como «mecanismo de defensa», de visualizar una escena con la que no te sientes cómodo para nada pero lo haces de modo que, si ocurre de verdad, ya estás sobre alerta, o por lo menos ya la has vivido en tu cabeza (aunque bastante cuestionable el uso de esta estrategia mental y su utilidad). ¿Cómo interpretas tú lo del pesimismo?
Yo interpreto lo del pesimismo como que lo normal es que las cosas salgan peor de cómo las planeamos, ya que no podemos controlarlo todo, sólo un poquito a nuestro alrededor más inmediato. Así que cuando algo sale aunque sólo sea más o menos bien es motivo de alegría.