El estado de presencia no es otra cosa que estar aquí. Sentir el ahora. El estado de presencia es un regalo, pero no viene para quedarse por si solo. Hay que trabajar para rescatarlo en los momentos de fragilidad, cuando los miedos y las inseguridades acechan.
La presencia no te hace volar al ayer. No te hace volar al mañana. La presencia te permite apreciar cada uno de los pliegues de tu mano con detalle como si el tiempo se ralentizase. Descubrirte. Observarlo todo con la sensación de hacerlo por primera vez, como un recién nacido a quien se le abre un abanico de estímulos inabarcable.
Al haber alcanzado este conocimiento, una de las primeras preguntas que me he hecho ha sido: ¿Cómo puede ser que esté descubriendo ahora el mundo en el que llevo 28 años viviendo?
Vivimos cegados. En este estado, lo mental no tiene cabida. Se acaban los pros y los contras, las interminables listas de quehaceres. El ritmo acelerado al que se nos empuja a vivir.
¿Estamos siendo coherentes con lo que sentimos?
No se trata sólo de escuchar al corazón, sino de ser coherentes con nuestros actos. Aplacamos su voz, la achicamos, no le damos importancia. No asumimos responsabilidades.
Si nosotros no somos dueños y dueñas de nuestra propia vida, ¿Entonces quién? ¿A quién le damos tanto poder sobre nosotros mismos? ¿Qué es esa resistencia que nos atrapa dentro de nosotros mismos y hace que, poco a poco, marchitemos silenciosamente?
La dualidad está en todos nosotros. Si se quiere lidiar con las sombras, hay que aprender a reconocerlas, mirarlas de frente. Aceptar que están ahí. Eso nos pone en una situación de poder. Negarlas supone negar una parte de nosotros mismos.
Las sombras muchas veces nos confrontan a un miedo incluso mayor que el de la muerte: el miedo a vivir.
¿Qué tememos? ¿Por qué tanta resistencia para dejar ir? ¿Para qué nos aferramos a situaciones o emociones incómodas con tanto ahínco?
Porque no dejan de ser nuestra zona de confort dentro de su desidia. Aquello que hace que seamos quienes somos. Y eso cuesta mucho dejarlo ir, pues parece que haciéndolo también dejamos ir una parte de nosotros.
Buscamos la definición, el encasillamiento, el raciocinio, aquello que hace que seamos lo que somos. ¿A caso se nos ha olvidado que esa es una ínfima parte del todo? ¿Qué nosotros no somos sólo eso? ¿Hasta que punto dejamos que nos defina?
El cambio sólo sucede cuando se deja ir. Y ese dejar ir es doloroso. Pero así como es doloroso, también es valiente. Y es lo que se requiere para hacer brillar esa fortaleza interior que reside en todos nosotros. Una fortaleza a través de la que sabemos que cada paso que damos está motivado por una asombrosa certeza. La certeza de dirigir nuestra vida.
Una de las grandes preguntas que nos hacemos cuando nos invade el pánico es: ¿Dios mío, pero si hago esto, que va a ser de mi vida?
Pero…¿Y que va a ser de tu vida si no lo haces?
Paso a paso … Muy sabias palabras !!!. Como siempre me encanta .
gracias preciosa <3