¡Dónde está mi nariz!

Al final de la avenida Olfato vive la familia Vélez. El suyo es un edificio muy particular: Es de color rosa y tiene forma de nariz. Por si esto fuera poco, su aspecto cambia a lo largo del año: en verano le aparecen pecas por el sol. En invierno, debido al frío, su punta se vuelve roja como una cerilla.

El portero es el señor Espinilla, un hombre bajito y calvo. Tiene una voz muy aguda y su cabeza tiene forma de bombilla. Siempre viste un jersey de cuadros marrones y le aterrorizan los estornudos. La señora Vélez dice que para ella el señor Espinilla es su salvación. Gracias a él, se ahorra tener que ir a correos a buscar los paquetes que compra por internet.

A Dani, el hijo de los Vélez, le parece un hombre gracioso, aunque sea un poco extraño. Dani es pelirrojo y tiene ocho años, aunque cuando le preguntan su edad, responde en días: dos mil novecientos veinte. Así parece mayor y los adultos le toman en serio.

–¡Buenos días, señorito Vélez! Hoy han llegado ciento veintitrés paquetes a Orificio A pelo segunda– dice el señor Espinilla con voz cantarina cuando Dani entra por la portería.
–Gracias, señor Espinilla. Ahora aviso a mi madre.

Orificio A es el rellano donde viven, y pelo segunda, la puerta. El edificio sólo tiene Orificio A y Orificio B. En cambio, pelos hay treinta en cada uno. Mamá dice que tienen suerte de vivir en pelo segunda. Ahí todavía entra la luz. En los pelos de más arriba dice que siempre hay humedades y que está todo muy oscuro. En total viven sesenta familias, pero Dani no recuerda haber visto niños. Le encantaría que hubiese alguno. Las tardes se le hacen muy aburridas, pues tampoco tiene hermanos con los que jugar. A veces se siente un poco solo.

–¿Qué le pasa, señorito Vélez? Parece triste – le pregunta el señor Espinilla.
– Nada.
–¡Oh, venga, ¡anímese! – dice mientras se tapa y destapa las manos de la cara. Después estira los dedos en forma de pinza hacia su nariz y se la aprisiona – Tengo su nariz y no se la daré hasta que no le vea contento.

Dani sabe que quiere animarle, pero no le gusta que le trate como si tuviera tres años. Cuando entra al ascensor y se ve en el espejo casi se cae al suelo del susto. ¡No tiene nariz! ¡Se la ha robado de verdad! Sólo tiene dos agujeros diminutos como hormigas. Baja corriendo de nuevo hasta la portería, pero el señor Espinilla no está. Mira a través del cristal y tampoco lo ve. Llama dos veces a la puerta, la segunda tan fuerte que la hace retumbar.

–¡Me ha robado la nariz! ¡Dónde está mi nariz!
–Oh, tranquilo, señorito Vélez. No es para tanto.
–Qué no es… qué no es para…para tanto!
–Pase, pase. Le voy a enseñar algo.
–Pero…pero…y mi nariz…
–En seguida, en seguida, señorito Vélez. Se lo prometo.

El señor Espinilla le guía por un pasillo estrecho hasta una habitación. En ella hay una gran estantería repleta de juegos de magia: Son tantos que tiene una escalera para alcanzar los de los estantes más altos. Dani se queda asombrado. Jamás había visto tantos juegos de magia juntos.
En uno de los estantes, sin embargo, no hay ningún juego. Sólo hay un elefante de cristal en miniatura.

–Sabe, señorito Vélez, creo que, de todas las narices, la de los elefantes es la que más me impresiona. Es la única que conozco que puede hacer de mano y nariz a la vez. ¡Se imagina usted!

El Señor Espinilla toca la figura tres veces seguidas con el dedo: el estante se esconde dentro de la pared por completo y sale de nuevo con una cajita dorada del tamaño de una nuez. El señor Espinilla mete la mano hasta el codo mientras Dani le mira boquiabierto. ¡Es una caja sin fondo! De ella empieza a sacar narices de todo tipo: de payaso, de bruja, de hada… ¡incluso una de madera igual que la de Pinocho!

–¿Qué es…qué es todo esto? ¿De quién son todas estas narices? – pregunta Dani.
–Oh, verá, soy un pequeño mago aficionado y a veces me invitan a hacer espectáculos para niños, aunque ya hace un tiempo que no voy… –añade con un hilo de voz– Allí me encuentro a algunas criaturas fantásticas. Muchas de ellas no son tan divertidas como piensa, ¿sabe? ¡Y eso no está bien! Los cumpleaños de los niños están para divertirse y hacerles reír. Entonces, si no les hacen reír, les robo la nariz. La de este payaso, por ejemplo, se la robe porque estuvo más pendiente de comerse la tarta que de divertir a los niños. ¡Con lo divertida que es su nariz! Mire, si la aprieta, dispara un chorro de agua…
–¿Y esta? – pregunta Dani, viendo una puntiaguda con una fea verruga en la punta.
–Oh, esta es de una bruja que asustaba a los niños por la noche. Eso no está bien, no, no. Entonces le robé la nariz. Sin la nariz, ya no da tanto miedo. Así solo es fea, pero no terrorífica. ¿Quiere probar? A ver que encuentra… hace mucho que no la ordeno. Aunque claro, ¿cómo iba a ordenar una caja sin fondo? ¡Eso es imposible! ¡Qué ocurrencias!

Dani duda. Quiere su nariz de inmediato, pero la curiosidad que le despierta esa caja le hace tener un poco más de paciencia. Al fin y al cabo, acaba de descubrir que el señor Espinilla es un mago, y un mago no se conoce todos los días.

Cuando mete el brazo en la caja, su tamaño es tan minúsculo que no para de pensar que se le atascará. No obstante, cuando pasa la mano por completo, nota como si las paredes fueran de gelatina y en un abrir y cerrar de ojos ya tiene el brazo metido hasta el codo. ¡Qué sensación tan extraña! Empieza a tantear hasta que nota un bulto y decide cogerlo. Al elevarlo, algo viscoso se escurre por sus dedos.

–¡Puaj! ¿Qué es esto? ¡Parece baba de caracol!
–Oh, ups, que mala suerte ha tenido, señorito Vélez. Creo que se ha topado con la nariz de troll. Ya son bien conocidos por ser unos mocosos…además de por su cerebro de guisante.
–¡Qué asco! – Dani no quiere ni mirarse la mano, aunque el señor Espinilla no tarda ni dos segundos en darle más detalles.
–Oh, es un moco especialmente verde, señorito Vélez. Tenga, límpiese, límpiese –dice el señor Espinilla mientras saca una sarta de pañuelos de su bolsillo –elija el que quiera, ¡señorito Vélez!
Dani elige el primero que puede y se limpia las manos a toda prisa.

Mientras tanto, el señor Espinilla saca otra nariz de la caja. En esta ocasión es una humana, pequeña y con la punta respingona. Parece cobrar vida de repente, pues empieza a arrugarse y a moverse de un lado a otro, como si fuera la de un perro. El señor Espinilla empieza a reírse a carcajadas.

–¡Oh, parece que le reconoce! – exclama.
–¡Devuélvamela! ¡Por favor! – suplica Dani.
–Oh sí, claro, claro que se la devolveré, pero antes quiero verle sonreír – responde el señor Espinilla mientras deja la caja encima de la mesa. Cuando la apoya, una inmensa nube de polvo se levanta al instante. Dani nota como las motas se le meten en los pequeños orificios y le empiezan a hacer cosquillas. Le entran ganas de estornudar. ¿A caso se puede estornudar sin nariz? ¿Qué pasará? ¿Y si se le salen los ojos de su sitio? ¡Qué horror!

Pero las ganas de estornudar aumentan y cierra los ojos con mucha fuerza, temiéndose lo peor. El señor Espinilla, mientras tanto, se esconde rápidamente dentro de un baúl que hay dentro de un baúl más grande que hay dentro de otro baúl más grande, pues le aterran los estornudos y ahí está bien seguro.

–Prrrrrrr…
Por suerte, se trata de una falsa alarma. Dani mira la habitación con disimulo mientras finge buscar de dónde ha venido el ruido. Las mejillas se le sonrojan.
El señor Espinilla, tras esperar unos segundos en el baúl, se incorpora de nuevo. Sus piernas, sin embargo, no le responden del todo bien, y es finalmente al tercer intento cuando consigue salir.
–¡Menudo susto me ha dado! ¡Qué peste! Huele a coles de Bruselas. Hágame caso señorito Vélez, creo que las coles de Bruselas no son bienvenidas en sus intestinos. Se lo haré saber a la señora Vélez en cuanto la vea.
–Ojalá le haga caso – responde Dani con una sonrisa. En el fondo, la situación le resulta de lo más divertida, y poco a poco va dejando atrás la vergüenza del momento. Así se siente mucho mejor.
–Así quería verle, ¡señorito Vélez! ¡Eso es!
El señor Espinilla le devuelve su nariz y Dani se da la vuelta para marcharse, pero algo le detiene. Le da lástima dejar al señor Espinilla así. Aunque haya sido una falsa alarma, sus piernas siguen temblando del susto. Por mucho que le haya cabreado que le haya robado su nariz y haber metido la mano entre mocos de troll, sabe de sus buenas intenciones.
–Señor Espinilla…hay algo que no entiendo… ¿Por qué le tiene tanto miedo a los estornudos?
–Oh…verá…señorito Vélez…todo empezó hace unos años en uno de mis espectáculos. En él había invitados de todo tipo, entre ellos un gigante bebé. Era mi turno y salí al escenario. Tenía previsto hacer un número con mi sombrero, cuando vi que el bebé gigante arrugaba la nariz y cerraba los ojos. Lo que pasó a continuación no lo recuerdo bien. Sólo recuerdo que aparecí colgado de mis calzoncillos en una farola.
–Pero… ¿y cómo acabó ahí? – pregunta Dani, desconcertado.
–Oh, señorito Vélez, se nota que no ha conocido un bebé gigante. Son de los más peligrosos. No son conscientes de su fuerza y a veces puede derivar en catástrofes. ¡Un estornudo de un bebé gigante puede generar fácilmente un huracán, ya lo ve! Así que salí volando por los aires. Desde entonces le tengo terror a los espectáculos, aunque realmente los echo de menos. Oh, ¡Me lo pasaba tan bien! No sabe lo que me entusiasma la risa de los niños. No me gusta nada rechazar las invitaciones a los espectáculos. Créame, señorito Vélez, nada en absoluto.

–¿Y si le roba la nariz al bebé gigante?
–¿Cómo? Oh, señorito Vélez, ni hablar, ni hablar. Qué ocurrencias tiene…como iba a robarle la nariz a semejante criatura…además, yo sólo robo la nariz en situaciones muy concretas. El pobre bebé gigante, al fin y al cabo, no tiene la culpa de tener una fuerza desmedida.
–Tiene razón. Se me ocurre otra idea.
–¿Cuál?
–¿Tiene la última invitación que recibió?
–Sí, espere un momento…

El señor Espinilla empieza a rebuscar entre unos cajones. El primer cajón está lleno de varitas de mago. El segundo cajón está repleto de barajas de cartas, tantas, que algunas se desbordan al abrirlo. El tercer cajón parece vacío, pero cuando el señor Espinilla mira en detalle encuentra un pequeño sobre azul.

–¡Aquí está!

Por si el sobre fuera pequeño, la invitación que hay dentro lo es todavía más. Es tan pequeña que el señor Espinilla tiene que ir a por unas pinzas para poder sacarla, pues no lo consigue de otro modo.

Dani la mira de cerca intentando leerla, pero no hay manera.
–¡No se entiende nada! – exclama frustrado.
–Espere un momento, ya sé. Pruebe con esto.
El señor Espinilla extiende la mano hacia el cuarto cajón y saca una lupa de él. Cuando la ponen sobre la invitación, las letras crecen:

Queridos amigos y amigas,
Me complace invitaros a mi fiesta de cumpleaños el próximo 12 de julio del 2021 a las 17:00h
La fiesta tendrá lugar en la cabaña-seta, junto al Palacio del Rey.
Atentamente
Pulgarcito

–Ah, cierto, si si, el cumpleaños de Pulgarcito. Hace meses que recibí la invitación, lo había olvidado.
–¡Iremos!
–¿Cómo dice? ¡Ni hablar!
–Pero señor Espinilla, ¡A usted le encantan los espectáculos! No puede dejar de asistir.
–¿Y si alguien…y si alguien estornuda?
–No se preocupe. Tengo un plan.
–¿Qué plan?
–¡Disfraces de astronauta! A todos los niños les gustan los astronautas, y con el visor, si estornudan, usted no sufrirá ningún daño. ¿Qué le parece?
–Oh, señorito Vélez, es usted un verdadero genio. ¿Pero dónde podemos conseguir tantos disfraces? ¡La fiesta es mañana, no tenemos tiempo!
–Sé quién nos puede ayudar.

La señora Vélez es clienta VIP de la plataforma de compras online “loquierotodoyloquieroya.com”. Una de las ventajas es que ocasionalmente dispone de cupones con la opción de “entrega exprés” para sus compras. Sin embargo, sólo le queda uno, pues el día anterior ya gastó el penúltimo en una pistola matamoscas.

Dani le promete comer coles de Bruselas para cenar todos los días durante una semana si le deja utilizar el último cupón, y la señora Vélez, sorprendida al ver a su hijo tan interesado, acaba cediendo.Por su parte, el señor Espinilla le ha hecho un listado a Dani de los invitados que cree que van a asistir a la fiesta de Pulgarcito. Según sus cálculos, serán un total de veintisiete. Dani pide veintisiete disfraces y en menos de veinticuatro horas el señor Espinilla le notifica que el cartero los ha entregado correctamente.

Quedan tres horas para la fiesta, pero tienen que ponerse en marcha, pues el Palacio del Rey queda muy lejos del edificio de la avenida Olfato. Tanto, que Dani ni siquiera había oído hablar de él hasta el momento. Siguen por toda la avenida Olfato, y cuando llegan al final de ella encuentran un sendero que se desvía hacia el campo.

–Por aquí, señorito Vélez.

Dani nunca se ha alejado tanto de la ciudad. Está nervioso, pero también emocionado. Siguen caminando hasta cruzar un frondoso bosque. Finalmente, a lo lejos, en una colina, ven un edificio completamente dorado cubierto de joyas. A su lado, hay una pequeña cabaña en forma de seta.
A la entrada de la cabaña encuentran un desfile de criaturas fantásticas de todo tipo: centauros, hadas, brujas, trolls, duendes, gnomos… ¡incluso un dragón!
Dani se asusta un poco, pues nunca ha visto un dragón. Tiene las escamas rojas y unos enormes ojos amarillos.

–Oh, no se preocupe por el dragón, señorito Vélez. Es inofensivo. Si le canta o le da nubes de algodón es más manso que un osito de peluche.

Cuando cruzan la verja de la cabaña se encuentran un verdadero festín en el patio trasero: una larga mesa repleta de comida de todo tipo: desde pétalos de flor, la comida favorita de las hadas, hasta ojos de rana fritos, un manjar para los trolles.

–¡Amigo Espinilla! Que alegría verte. Pensé que no vendrías.
Al principio, Dani y el señor Espinilla no son capaces de identificar de dónde viene esa voz. Miran a ambos lados, pero nadie parece dirigirse a ellos.
–¡Aquí abajo!
–Oh, no te había visto, amigo Pulgarcito. ¡Poco más y te piso!
–Estoy acostumbrado, amigo Espinilla. Sortear suelas de zapato es mi especialidad.
–Oh, es usted muy valiente amigo Pulgarcito. Debe resultar muy inquietante vivir pensando que te pueden pisar en cualquier momento.

–Yo no lo llamaría inquietante, más bien excitante. ¡No se olvide de que lo que uno teme le controla!

El Señor Espinilla abre la boca queriendo decir algo, pero no sale ni una palabra de su boca. Parece que se ha quedado mudo. Dani mira a Pulgarcito. Tiene la sensación de que lo que acaba de decir es demasiado importante como para olvidarlo, aunque aún no lo comprenda del todo.

Empiezan a repartir los trajes de astronauta a los invitados. Por suerte está el hada madrina, pues algunos necesitan de retoques mágicos para sus ajustes. Entre una de las invitadas hay una mujer con ocho brazos y cuatro piernas, y en loquierotodoyloquieroya.com no venden trajes con esas características.

Los invitados, uno a uno, empiezan a sentarse en las sillas que hay extendidas a lo largo de la pradera, al lado de la cabaña. Tardan un rato en conseguirlo, pues a pesar de que los más pequeños están entusiasmados con su traje de astronauta, no resulta de lo más cómodo, sino más bien todo lo contrario. Por si esto fuera poco, el día está despejado y hace mucho calor.

El señor Espinilla, mientras tanto, se sube al escenario y empieza a preparar sus bártulos. Tiene pensado hacer el número del sombrero, pues es de los trucos favoritos entre el público.
Les muestra el sombrero vacío, y segundos después, como por arte de magia, saca de él un tierno conejo blanco con unas orejas enormes. El señor Espinilla mira al público, pendiente de su reacción. Hace tanto tiempo que no sube al escenario que espera que nadie haya notado lo nervioso que está. Esperaba que las risas de los niños le devolvieran la serenidad y, sobre todo, la magia que impregnaba sus espectáculos. Sin embargo, no se oyen risas, ni nada. Los niños están cada vez más inquietos debido al calor que hace y lo aparatoso del traje, y el agobio les impide disfrutar del espectáculo. Además, con el visor, sus risas quedan insonorizadas por completo, y no se puede ver si en sus rostros ha aparecido alguna sonrisa.

En ese instante el señor Espinilla recuerda las sabias palabras de su amigo Pulgarcito: “No se olvide de que lo que uno teme le controla”.Y tanto ha controlado al señor Espinilla su temor a los estornudos que no le ha permitido disfrutar de su mayor ilusión: hacer reír a los niños gracias a su magia.

Así pues, decide que eso no volverá a suceder. De una manera muy resuelta, les dice que por el momento se pueden quitar los disfraces de astronauta, dado que aún hay que hacer un par de reparaciones a la nave espacial y su viaje a la luna tendrá que esperar.

Una vez todos los niños se han deshecho de sus trajes de astronauta, el señor Espinilla repite el truco del sombrero. Esta vez, los niños estallan en una sonora carcajada, y el señor Espinilla puede ver la felicidad en sus rostros. Las preguntas sobre si pueden tocar al conejito blanco no tardan en llegar.

Mientras tanto, desde las últimas filas, Dani mira al señor Espinilla con orgullo. Se siente feliz, pues en él ha encontrado a un gran amigo con el que viajar a la luna.

2 comentarios en “¡Dónde está mi nariz!”

  1. Lo del chico al que le quitan la nariz, me ha recordado al astrónomo Tycho Brahe, que tenía la nariz de oro. Ya le hubiera gustado perderla por arte de magia y no de esgrima XD

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